domingo, 12 de marzo de 2017

Dame frutos

En el evangelio de San Mateo se describe como Jesús mando secar la higuera porque no encontró frutos en ella, el texto dice; “Al regresar a la ciudad, muy de mañana, Jesús sintió hambre. Divisando una higuera cerca del camino, se acercó, pero no encontró más que hojas. Entonces dijo a la higuera: “¡Nunca jamás volverás a dar fruto!” Y al instante la higuera se secó”. (S. Mateo 21:18,19)
Aunque algunos han asociado la higuera a Israel y la amonestación de Jesús a cortar de tajo a Israel e injertar a los paganos por la evangelización, sorprende y nos asusta la actitud de Jesús ante la higuera sin frutos. Otros pasajes hacen alusión a la higuera sin fruto y cómo el dueño del viñedo invierte en ella para hacerla producir, remueve la tierra, la abona y la riega esperando recibir algún beneficio de ella y si no produce, la cortara. Esta higuera que se seco por no producir fruto debe hacernos meditar en nuestra vida.
La persona que no aporta algún beneficio a la vida de los demás esta pronto a erosionar su relación con los demás, está próximo a sentir el vacio y la ausencia de los otros en retribución a su egoísmo y su indiferencia ante las necesidades de los demás. Muchos viven de esa manera, pierden la oportunidad de animar y apoyar a los otros en sus necesidades, y así, construyen relaciones superficiales donde solo se comparte la alegría, la abundancia y no la angustia y la carencia. Tales personas son como higueras sin fruto, su tibieza y superficialidad los hace perder sensibilidad ante el lamento de los demás, en ese camino no habrá alegría de espíritu, solo esterilidad.
Jesús se muestra severo en muchas de sus enseñanzas, sus palabras son como bofetadas dispuestas para hacernos despertar de nuestra inercia de vida, advirtiéndonos de que la pereza espiritual no produce frutos y vivir así nos hará estériles. ¿Qué podremos presentarle a Dios el día de nuestro juicio?, ¿solo hojas?, ¿solo acciones encaminadas para nuestro beneficio?.     
En algún momento de mi vida pensaba; “estoy agradecido con lo que Dios me ha dado, no necesito pedirle nada mas, estoy satisfecho y conforme…”, hoy veo que el asunto no termina ahí, no termina en mi satisfacción personal, mi paz no será mi juez, mi juez será Dios.
Cuando fui débil en la fe estaba tan acostumbrado a ver a Dios solo como proveedor y cuando me sentí satisfecho creí que no era necesario pedirle más, estaba en paz conmigo y con otros –pero mi paz no es mi juez, mi juez es Dios- Entonces empecé a pedirle a Dios sabiduría y entendí que siendo yo como una higuera que crece era tiempo de dar frutos, tiempo servir y aportar, tiempo de ser Iglesia y plantar semilla en otros.  

Dios como un sembrador no da y nos llama para que demos. Jesús tiene hambre de piedad y buenas obras, tiene hambre de que seamos Iglesia y es tiempo de que sus higueras –las que están en tiempo- den fruto.