domingo, 31 de julio de 2016

Lo exterior y lo interior

“Los que quieren imponerles la circuncisión sólo buscan quedar bien exteriormente, y evitar ser perseguidos a causa de la cruz de Cristo. Porque tampoco aquellos que se hacen circuncidar observan la Ley; sólo pretenden que ustedes se circunciden para gloriarse de eso. Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo. Estar circuncidado o no estarlo, no tiene ninguna importancia: lo que importa es ser una nueva criatura” (Gálatas 6:12-15).
En el primer siglo de la Iglesia, los judíos convertidos a la fe cristiana deseaban imponer la circuncisión a los bautizados venidos del paganismo. La circuncisión es uno de los signos más importantes para el judaísmo porque es la señal que Dios le dio al patriarca Abraham. La fe judía está llena de signos externos, incluso, la percepción que el judío tiene de estos signos es parecido a la expresión cristiana de los sacramentos, esto implica que las realidades espirituales que suceden en el interior del creyente se expresan mediante signos externos; la circuncisión y el vidui ó confesión en el judaísmo, el bautismo y la confesión en el cristianismo, etc. Sin embargo, en la carta a los Gálatas, el apóstol San Pablo expresa una verdad que llevada a los tiempos modernos sigue siendo actual: “solo pretenden que ustedes se circunciden para gloriarse de eso”, esto significa que hay quienes ven los signos externos como un triunfo olvidando que estos signos son como el cascaron que protege a la clara y yema en un huevo. El interior humano es fundamental y los signos externos poseen la función de coadyuvar en la transformación, pero se vuelve vanidad solo poseer lo externo sin una conversión del interior. En el caso de la circuncisión, San Pablo la rechaza porque bajo el cristianismo no tiene sentido cargar con el signo de una alianza antigua.
En el asunto de los sacramentos, demeritaríamos en mucho una primera comunión que se vuelve “la ultima” cuando el núcleo familiar no se alienta en el ejercicio de la fe, ó acudir a misa solo para cumplir y no para ser sanados. Siempre habrá creyentes que sienten alivio al cumplir de modo externo sin profundizar en el legado, sin cambiar desde dentro. Todos participamos en un proceso de conocimiento y conversión distinto, si amamos a Dios y al prójimo, demos pasos necesarios para que nuestro ejemplo aliente a otros a profundizar y crecer.    
Más allá de los sacramentos, hay otros signos externos y tradiciones de la fe católica que tienen una función dentro de la vida religiosa, nos dan identidad y enseñanza, esto puede ser, desde poner una veladora hasta armar una cruz con hojas de palma. La raíz de estas tradiciones es catequizar con signos para que miremos a la cruz de Cristo.   

Termino con un relato histórico. Cuando Mahoma se levanto como profeta invitaba a los cristianos para que siguieran las leyes de Moisés, esto animo a los judíos y sus enseñanzas eran recibidas en las sinagogas. Mahoma quería que bautizados y judíos oraran en dirección a Jerusalén y celebraran el día sábado. Los Israelitas estaban regocijados por estas enseñanzas, así que, Mahoma les solicito ser declarado “profeta de Israel”. Los judíos se negaron y lo desconocieron prohibiendo sus enseñanzas, esto ofendió a Mahoma y por celo, a partir de ese momento, se negó a celebrar culto en sábado, prefirió hacerlo en viernes y enseño a sus discípulos que no oraran en dirección a Jerusalén sino que lo hicieran apuntando hacia la Meca, su ciudad natal, y desde entonces el Islam lo hace. En ocasiones la religiosidad externa es así, hacemos cosas que no sabemos de dónde vienen, ni que significan y al cumplirlas creemos que con eso basta y sobra. Lo importante es la creatura que llevamos dentro de nosotros.