domingo, 1 de mayo de 2016

No maldecirás al jefe de tu pueblo

            Para introducir al lector a la reflexión de hoy, hare una breve reseña de la vida del apóstol San Pablo. El fue judío de raza, de la tribu de Benjamín, perteneció al partido de los fariseos siendo su maestro Gamaliel, gran rabino de Jerusalén. En algún tiempo, San Pablo, bajo su antiguo nombre, “Saulo”, fue el terror de los cristianos. Se convirtió al cristianismo tras tener una visión de Jesucristo rumbo a la ciudad de Damasco. Los cristianos de aquel tiempo dudaban de su conversión. 
            San Pablo es uno de los pilares del pensamiento cristiano, es autor de la mayoría de las cartas del nuevo testamento. El apologista Scott Hahn afirma; “Entre católicos, protestantes y evangélicos casi no hay discusión de lo enseñado por Jesús. La mayoría de las discusiones se centran en lo que San Pablo enseño y plasmo en el nuevo testamento”.    
            Entrando en la reflexión de hoy, en el libro de los hechos de los apóstoles se narra cómo San Pablo es detenido por anunciar el evangelio, entre sus vicisitudes y sin saberlo, se iguala al Sumo sacerdote de los judíos. Leamos cual fue su actitud al enterarse de esto; “Con los ojos fijos en el Sanedrín, Pablo dijo: “Hermanos, hasta hoy yo he obrado con rectitud de conciencia delante de Dios”. El Sumo Sacerdote Ananías ordenó a sus asistentes que le pegaran en la boca. Entonces Pablo replicó: “A ti te golpeará Dios, hipócrita. ¡Tú te sientas allí para juzgarme según la Ley y, violando la Ley, me haces golpear!”. Los asistentes le advirtieron: “Estás insultando al Sumo Sacerdote de Dios”. “Yo no sabía, hermanos, que era el Sumo Sacerdote, respondió Pablo, porque está escrito: No maldecirás al jefe de tu pueblo” (Hechos 23:1-5).
            San Pablo conoce la ley judía: “No injuriarás a los jueces, ni maldecirás al príncipe de tu pueblo” (Éxodo 22:28). Bajo la nueva fe del apóstol, el sacerdocio de los judíos ha sido dejado atrás, ha caducado ante el sacerdocio de Jesucristo. Sin embargo, San Pablo al mencionar: “Yo no sabía, hermanos, que era Sumo sacerdote…” suena respetuoso de las autoridades de su tiempo, a pesar de que estas no sean justas y sacras. Al ser judío de raza, y en el contexto, estas autoridades teocráticas serian como la expresión de lo que hoy es la autoridad civil; ministerio público, juez, etc.  
            Cuando San Pablo escribe la carta a los Romanos inculca algo sumamente importante sobre el respeto a la autoridad; “Todos deben someterse a las autoridades constituidas, porque no hay autoridad que no provenga de Dios y las que existen han sido establecidas por él” (cap. 13, v. 1). Parece sumamente injusto someterse a una autoridad injusta, pero ¿Qué ejemplo nos dio Jesús de ello?, solo recordemos la expresión de Cristo al ser juzgado por Pilato; “ninguna autoridad tendrías sobre mí si no te hubiese sido dada desde el cielo…” (San Juan 19:11).
            Entonces, ¿Qué podemos concluir de esta expresión paulina, siendo que las autoridades, aunque injustas, han sido establecidas por Dios?, muchos de nuestros jueces están vinculados con mafias políticas, incluso, hombres de fe, obispos ó párrocos de cierta influencia caen en delitos despreciables, ¿Por qué creer que esta autoridad corrompida ha sido puesta por Dios para obrar la justicia?, ¿Por qué no recurrir, al menos, al insulto para expresar nuestro enojo?.
            Es necesario creer, buscar la justicia sin ser rebeldes a la autoridad. Debemos llamar a las autoridades a la conversión, y si es posible, que los conversos ocupen tales cargos, que así sea, y que por la oración y aliento de nosotros no se corrompan. Porque si las autoridades terrenas han sido puestas por Dios fue para algo bueno, en los creyentes esta la voz de Dios para exhortarlas y que recobren su rumbo.