domingo, 4 de marzo de 2012

El dolor de Jesús




“Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: “Pedid que no caigáis en tentación”. Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.      Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra”. (San Lucas 22:39-44)

En este relato Jesús está por ser aprendido por las autoridades Judías para ser juzgado usando testigos falsos, culparlo de blasfemo, entregarlo a las autoridades romanas, acusarlo de atentar contra el reinado del Cesar y pedir su crucifixión. Jesús esta consciente de todas estas cosas que vienen sobre él, “para esto ha venido…” afirma insistentemente en los relatos de los evangelistas. Jesús espera recibir un dolor físico, pero, su agonía ya es interior, en el sentido humano es normal que Jesús se sienta decepcionado de la injusticia de las autoridades, de su corrupción, de la facilidad con la que éstas se libran de la presión del pueblo y lo toman como hoy decimos: “chivo expiatorio”. Pero, aun así, Jesús se somete al juicio injusto de las autoridades de la época, Jesús no se revela con violencia ante la corrupción de las instituciones, pero, si las denuncia verbalmente con sus predicas, de ahí el deseo de los fariseos de matarlo, pues, Jesús es un reto al intelecto de su época, verbalmente y con argumentos no hay modo de vencerlo, por eso, es necesario recurrir a la mentira en un juicio para matarlo, y así venderle la idea al pueblo de que la justicia, el apego a la verdad y la impartición de la ley por parte del Estado se cumple. Aun con todas estas corruptelas, Jesús no da un paso atrás, sigue firme en su postura; afirma ser el hijo de Dios y ejercer un reinado que no es de este mundo. Jesús espera resucitar el tercer día, está empeñada la Palabra del Padre en la profecía mesiánica entregada en los Salmos; “no desamparare al justo y lo librare de la muerte”.

Jesús muere y es librado de la muerte en su resurrección. En su labor dentro de Jerusalén el Mesías sufrió, lloro, aguanto, se desgasto como humano, fue consolado por los ángeles sin librarse del dolor, todos estos sufrimientos tienen como meta una sola cosa; entregar la Gracia de Dios al género humano. Jesús paga un precio en su sufrimiento como hombre para entregar esta Gracia a los hombres, mientras que, por nuestra parte muchos de nosotros a excepción de los mártires ni siquiera hemos derramado una sola lagrima para recibir esta Gracia, aunque reconozco que algunos por su condición de pecado se entristecen en sus adentros por no poder recibirla, mas no se deciden firmemente por prepararse y recibirla. Es meritorio parafrasear aquello dicho por el Apóstol San Pablo; “he crucificado mis deseos con tal de vivir en el Espíritu”, es prudente entender que la entrega de esta Gracia a nosotros tiene un antecedente de dolor que incluye la historia de los Santos Mártires, alegrémonos y estimémosla porque la hemos recibido sin merecerla y sin entregar ni una sola lagrima. Preferible es, prepararse para disfrutarla hoy y alegrarse, que llorarla eternamente por haberla perdido.