sábado, 5 de febrero de 2011

La llegada a la tierra prometida‏


Una vez que los Israelitas fueron liberados de la esclavitud en Egipto por medio de Moisés, el pueblo de Dios peregrina por el desierto en busca de la tierra prometida ó el valle de Canaán. En dicha travesía los hebreos enfrentan muchas dificultades, rebeliones internas, apostasía, idolatría, persecuciones y conflictos con los pueblos vecinos. Una vez que los Israelitas concluyen su viaje y llegan a la tierra prometida, Dios advierte a su pueblo que la posesión de dicha tierra no es obra de los meritos del pueblo, sino de la asistencia de Dios.

Esta travesía que enfrenta Israel en busca de la tierra prometida, será usada desde el tiempo de los Apóstoles como una analogía de lo que la Iglesia espera: “La tierra prometida que es el cielo”. Según mi parecer, Israel es como una “maqueta” de la humanidad y de la Iglesia, en la historia de Israel podemos encontrar muchos símbolos y anécdotas que vistos desde el evangelio nos amplían la visión, pues en ocasiones, los mismos errores que cometió Israel en la antigüedad son los mismos errores que nosotros cometemos como personas, mas como dijo San Pablo: “Dios no ha rechazado a su pueblo Israel”, y por decirlo de algún modo, Dios nos educa como Católicos cuando nos reflejamos en los errores de Israel.

Dios dijo a Israel antes de tomar posesión del Valle de Canaán ó la tierra prometida: “No por tus propios meritos, te doy esta tierra…”. Siguiendo la analogía, debemos reconocer dentro de la nueva alianza que Cristo estableció, que llegar al cielo ó a la tierra prometida no es un merito nuestro, sino que es parte de la obra redentora de Jesucristo que es la obra establecida por el Padre.

Cuando miramos las canonizaciones de los grandes hombres que son considerados Santos dentro de la Iglesia, no podemos negar que son un gran ejemplo de vida Cristiana para todos nosotros, su herencia y su disposición para vivir conforme al evangelio brilla en medio de nosotros, mas creo que como Católicos nos falta apreciar que la vida de los Santos es merito de la Gracia recibida de parte de Dios. Esta es la asistencia de Dios para que los hombres alcancen la tierra prometida, no por meritos propios, sino porque estos santos dispusieron su corazón, ordenaron sus pensamientos para que la Gracia de Dios los alcanzara y permitieron que ésta se perpetuara día con día. A veces como creyentes miramos la vida de los grandes Santos, antiguos y modernos y sentimos que sus vidas son inalcanzables, lo vemos así porque nos parecemos a los Israelitas antiguos que piensan que “el pequeño David venció al terrible Goliat”, cuando en realidad David venció por ser un escogido del Señor, y no por meritos de David.

Por medio del bautismo es como somos añadidos al cuerpo de Cristo que es la Iglesia, por esto somos escogidos de Dios, y es por medio de los Sacramentos que recibimos la vida de Cristo en nosotros. En Cristo recibimos todo aquello que es necesario para poder vencer las adversidades que nos impiden tomar posesión de la tierra prometida que es el cielo. Es por esto que somos los escogidos de Dios, llamados por Dios a ser Santos.