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domingo, 6 de agosto de 2017

La santidad del templo

Recientemente el apologista católico, Frank Morera, estuvo como invitado en el programa de EWTN, “Cara a cara” con Alejandro Bermúdez, donde toco el tema de la liturgia y la pérdida de sacralidad en parroquias y misas a lo largo de América.
El apologista nota el afán de muchos sacerdotes por hacer la misa algo emotiva y divertida para atraer a los creyentes, pero estas intenciones en los actos del culto pueden confundir a la audiencia haciéndole perder el sentido de lo sagrado, y, aunque no se haga con mala intención es un aspecto que debe cuidarse porque se acostumbra a la audiencia a estar centrados en sus estados de ánimo; si fue una experiencia divertida ó aburrida, cuando el centro de la misa no es ese, sino adentrarse en la reconciliación con Dios por medio de la Eucaristía. Es cierto que la decoración, la música del coro ó el chascarrillo del sacerdote en la homilía puede ser catalizador de nuestra atención pero el complemento no debe ser sustancia.
Como pueblo que sigue a Jesús debemos hacer el esfuerzo por darle al culto el lugar que se merece en nuestro corazón, considerando que la misa no es un evento “de nosotros” sino un evento de Jesús, que se entregó en obediencia al Padre para la redención de nosotros. El sacerdote Jorge Loring afirmaba: “si la misa te aburre vete al cine ó al parque, la misa no es para entretener…”, es verdad, la misa no tiene esa intención.
En los textos del antiguo testamento encontramos el llamado a Moisés en la zarza ardiente, ahí se menciona; “Yavé le dijo: No te acerques más. Sácate tus sandalias porque el lugar que pisas es tierra sagrada” (Éxodo 3:5). ¿Para qué pidió Dios quitarse la sandalias?, ¿existe alguna diferencia?. El verso parece ser un regaño de parte de Dios pero veámoslo de esta otra forma; ¿alguien que acude a la playa no se toma unos minutos para estar descalzo con tal de sentir la arena?, si, así es, cuando vamos a la playa usamos ropa acorde para sentir el mar, la brisa, las olas y la arena, y disfrutar la experiencia completa. El asunto es así, para disfrutar el suelo santo tenemos que despojarnos de lo que nos estorbe, si no nos despojamos de lo que nos impide disfrutar la santidad del templo y contemplar esos momentos eucarísticos en comunidad, nos quedaremos fuera de esa experiencia, será como ir a la playa vestidos con saco y corbata contemplando el reloj sin bajarse del automóvil. Estaremos perdiendo la oportunidad de disfrutar por tener nuestro interés en algo ajeno al evento. 
Pensemos de modo contrario en el caso de Moisés, si él se negase a quitar sus sandalias para evitar lastimar sus pies, ¿valdrá la pena ensuciar el suelo santo con sus zapatos?. A veces me pregunto cómo Iglesia si es conveniente otorgarle al pueblo tantas concesiones con tal de que regrese al templo; ¿habremos de acabar con la reverencia y la solemnidad del templo pues esta generación no desea entrar porque está acostumbrada a ser irreverente e insolente en cualquier lugar?. No, no debemos destruir estos atributos del templo para que el pueblo entre, más bien, debemos inculcarle al pueblo que el templo es un lugar distinto a todos los demás, que en este lugar se experimenta una experiencia única, y es necesario despojarse de la experiencia del mundo para entrar en la experiencia de Dios.

Para entrar en la experiencia de Dios, es necesario despojarnos de pensamientos, emociones y sentimientos que se sucintan en nuestro interior y nos perturban, deshacernos de esa vivencia sembrada por el mundo y entrar en la quietud, como aquel que observa en silencio el fuego en medio de la noche, como un Moisés en medio de la zarza y entender que ese sitio es sagrado porque Dios está ahí.