domingo, 8 de abril de 2018

Los niños


            En estas vacaciones de semana santa me visito mi sobrino, el tiene un año de edad y es el primer sobrino que tengo. Nunca pensé la alegría que puede desbordar en mi tener un sobrino, su inocencia, su dependencia de los demás, su capacidad para sorprenderse de las cosas más comunes; un llavero, un sombrero, un animal.
            Se dice que los primeros cinco años de vida de un niño son fundamentales para definir muchas cosas de su carácter. Al mirar a mi sobrino veo como en él ya se despierta interés por los dispositivos electrónicos; tabletas, celulares, pantallas, esto sucede porque nos distingue utilizándolos y él quiere ser parte de ese mundo porque quiere ser parte de nosotros. Mi sobrino ira imitando cosas de sus mayores para sentirse integrado e identificado con la familia. ¿Qué podría hacer para que el creciera y viviese una felicidad sin tantas condiciones?.
            El niño camina y va descubriendo el mundo, se asombra de cada cosa que ve. Su inicio en la vida refleja un rostro con una sonrisa constante, ese don divino de la alegría del infante lo carga sin presunción y aunque uno desea educarlo, Jesús nos pide que seamos más al modo de él, al modo de los niños. ¿No será que el problema de la frialdad del mundo radica ahí?, en el alejamiento de los adultos del mundo de los niños.
            En mi caso la presencia de mi sobrino me alegra y esto es un estado de satisfacción, un cambio en mi estado de ánimo. Existe para mí un saneamiento mental en ese convivir, en esta relación tío y sobrino.
            En el conjunto de la sociedad moderna, ¿será que existe una relación entre la ausencia de niños y los trastornos modernos que sufren las nuevas generaciones?, trastornos como la obsesión por la imagen física, uso de esteroides, operaciones estéticas, bulimia, anorexia, ese afán por mostrar en redes sociales una vida no veraz sino un montaje. Sin duda son gestos que se vuelven compulsivos en la búsqueda de la realización y el reconocimiento social. Pero ¿no será que esta generación tan informada, en su análisis costo – beneficio, evita tener hijos porque sabe que es una obligación pero omite la felicidad que conlleva asumir tal responsabilidad?. Creo que si lo omite, hasta las mujeres que truncan su carrera universitaria por un embarazo son etiquetadas como “tontas” por las feministas, cuando en realidad son mujeres valientes, admirables e inteligentes por embarazarse a una edad donde su condición física posee los niveles más aptos.
            El fenómeno “Dinky” es un hecho social que se refiere a las parejas sin hijos que deciden postergar la paternidad de modo indefinido ó renunciar a esta para llevar una vida de consumo; autos, viajes, ideales personales, etc. Por otro lado, el continente europeo vive una nueva tendencia, mujeres jóvenes de entre veinte años de edad que deciden esterilizarse por voluntad propia porque no tienen hijos y no desean tenerlos nunca, lo asumen como una “reivindicación del deseo de la mujer sobre su cuerpo” argumentando; “si las mujeres puede embarazarse por voluntad propia a los 16, ¿Por qué no pueden esterilizarse sin hijos a los 29?”. Cayendo en el argumento usado por abortistas “la mujer es libre para decidir sobre su cuerpo”.
            Creo que este rechazo a la maternidad, este menosprecio a la alegría que trae un niño simplemente nos aleja más del reino de Dios. Cuando Jesús dice “dejad que los niños vengan a Mi…”, me parece también una invitación para que los niños nazcan y vengan a esta Vida, a este mundo que fue creado por Dios, pues ahí, en ese rostro infante del recién nacido podemos mirar un paralelo del gozo que significa nacer a una Vida Nueva.