domingo, 26 de noviembre de 2017

Un dia en el infierno

Había un hombre que se creía siervo de Dios. Un día Dios lo llamo de esta forma; “Necesito que mueras porque quiero que conozcas el infierno y que estés ahí solamente un día”. El hombre se inquieto por la propuesta, tuvo temor y respondió; “No, no quiero ir, no quiero conocer ese lugar”, el Señor respondió “eres soberbio”, al instante replico “¿Por qué lo dices?”, Dios concluyo diciendo; “Porque te lo pedí y no quisiste”.
En esa pequeña platica con Dios este hombre aprendió muchísimo; comprendió la dimensión del infierno, si el sintió temor por solo un día, no puede imaginar el terror de estar ahí por una eternidad. Esta vivencia provoco en él un despertar para estar más atento a sus pequeñas tentaciones, aquellas que parecen insignificantes pero lo hacen caer en esos pecados que son aceptados en la sociedad. También reconoció no ser tan obediente como él mismo creía, entendió que su fe y confianza en Dios es pequeña. Dios solamente le pedía una día, no una eternidad y prefirió decir “no” antes que fiarse del Señor. ¿Podía llamarse así mismo “siervo de Dios”, siendo que se negó a la petición?. ¡Siervo Abraham que estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac cuando Dios se lo pidió!. Pero, aquel hombre, a pesar de haberse sentido tan pequeño en su fe entendió la paternidad de Dios de un modo más sensible; a un hijo no se le ama por su obediencia, simplemente se le ama y se le añade por ser hijo. El afecto de Dios a nosotros no depende de lo que hagamos ó lo que no hagamos, pero si, estar cerca ó lejos de Él depende de nosotros, de nuestro modo de vivir. El siempre desea estar cerca, lo está.
¿Estaríamos dispuestos a pasar un día en el infierno si Dios lo pide?, en realidad deberíamos estar dispuestos hacer todo aquello que Dios nos pida, pero somos débiles en obediencia y en fe. Estas dos se irán perfeccionando con la gracia y nuestro vivir en Dios.
Debiésemos llegar al punto en donde estemos dispuestos hacer todo por Dios, fiarnos plenamente de Él, seguirlo y obedecerlo no por el deseo de recibir algún premio –el cielo- sino por el deseo de seguir con Él y estar con Él para no estar lejos de Él. Cuando una persona desea el cielo y está dispuesta a obedecer a Dios para llegar ahí, tiene algo de idolatría en su ser, es muy sutil, nadie debe desear el cielo primero y después a Dios. Es Dios al que debemos amar primero sobre todas las cosas y anhelos, eso incluye al cielo. A Dios debemos obedecerlo por amor, no por conveniencia, si lo hacemos por conveniencia entonces Dios no está ocupando el primer lugar en nuestro ser. Pensemos en esto y caminemos a una relación con Dios más perfecta, construyéndola y consolidándola con los sacramentos, la oración y la piedad, no caigamos en un cristianismo de raciocinio, de filosofía., el amor se completa solo amando.  
Terminare esta reflexión con una anécdota. Mi hermana tiene un hijo de menos de un año de edad, aunque tratamos de estar con él, el niño no desea estar lejos de su madre, nunca. Si no la ve llora, solo está contento cuando ella está en medio de nosotros. Mi hermana vive en Ciudad de México y tras el temblor decidió mudarse a nuestra ciudad, aunque la mudanza no se ha concretado, sé que el único interés del niño es estar cerca de su madre, para él, en su mundo diminuto no hay otro afán, no importa si la ciudad es buena ó es mala, si la casa es mas chica ó es más grande, si el barrio será mejor ó el peor del mundo, lo único que le da paz a este niño es estar cerca de mi hermana, él sigue a su madre por amor, no hay otro afán, él es capaz de ir al lugar de tormento si mi hermana esta ahí. Debemos tener una fe y una confianza como los niños para entrar al Reino de Dios.     

El siervo de Dios, Cristo, la tuvo, vivió el tormento de la cruz por amor, y el credo de los apóstoles señala; “y descendió a los infiernos y al tercer día resucito de entre los muertos”. Eso es fiarse de Dios completamente. Miremos la confianza y empeño que la Trinidad tuvo en el proyecto de nuestra salvación y tengamos esa confianza para añadirnos a Dios. No busquemos a Dios solo por el premio, busquemos a Dios porque es nuestro Padre que nos ama.    

domingo, 19 de noviembre de 2017

Jesús y los fariseos

Estando delante del sagrario, tomando una de las lecturas que encontré ahí, leí la frase dicha por la Virgen María en las bodas de Canaán “hagan todo lo que Él os diga…” (S. Juan 2:5), no puede evitar hacer la asociación con el verso del evangelista donde Jesús se refiere a los fariseos de esta forma; “De modo que haced y observad todo lo que os digan; pero no hagáis conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen” (S. Mateo 23:3). Es curioso que alabemos a la Virgen por este pequeño versículo y estemos tan acostumbrados a leerlo, sin cotejarlo con lo que Jesús dijo de los fariseos. La Virgen dijo “hagan lo que él les diga…”, y él dijo a los judíos “hagan lo que ellos digan…”.
¿Qué relación tuvo Jesús con los fariseos?, por los relatos bíblicos sabemos que ellos intentaban encontrar errores en Jesús para poder llevarlo a juicio, pero al no encontrar error alguno, recurrieron a los falsos testimonios y de esta forma terminaron crucificándolo. En el verso de San Mateo, Jesús reconoce que la enseñanza inculcada por los fariseos a los judíos son correctas para la primer alianza. Entonces, ¿si fueron enseñanzas correctas, Jesús las cumplió?, claro –sostengo que Jesús fue el judío perfecto- y los fariseos al no encontrar error en él, recurrieron a la mentira para asesinarlo. Incluso, Jesús al predicar en tierras judías, afirmo; “si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrareis en el Reino de los Cielos” (S. Mateo 5:20). Por lo tanto, Jesús no solo ratifica que la enseñanza de los fariseos es correcta, pide ser muchísimo más justo que los fariseos. Es interesante que Jesús en este verso no mencionó a los Saduceos, que eran judíos de otra corriente; ellos creían que los mandamientos eran algo para llevar una vida con orden y bendición del creador, no creían en la vida después de la muerte, ni el juicio, ni la resurrección, ni en el infierno, ni el cielo ó el purgatorio., los fariseos si tenían estas creencias.
Es obvio que Jesús en su resurrección cumple la fe esperada por la corriente de los fariseos, manifestando que la creencia de los Saduceos es errónea; los muertos si resucitan. Pero no solamente eso, el mayor número de cartas del Nuevo Testamento tienen como autor a un ex fariseo, San Pablo. ¿Sera esto casualidad?, no lo creo. Hasta creo que San Pablo mantiene las creencias que antes tenía; juicio, resurrección, infierno, cielo, vida eterna, etc. y solo se desprende de las leyes rabínicas porque en la Nueva Alianza ya no son de utilidad, la profecía se cumplió, el Mesías llego, nos compartió su Espíritu y su gracia, y por ello esperamos resucitar también.
Para concluir, a pesar de que los fariseos tuvieron enemistad con Jesús, él no tuvo enemistad con ellos, ni con nadie, él supo reconocer lo que es correcto en aquellos que se le oponían. Él tampoco se negó a la jerarquía y estructura religiosa de su tiempo pues se dejo juzgar por ella. Muchas veces nosotros mismos miramos la estructura católica y por el error de los hombres que la integran, queremos acabar con las estructuras religiosas, pero ¿Qué propósito tienen las estructuras religiosas en el proyecto de Jesús?, pues eso mismo, ¿Qué edificio se sostiene sin estructura?, ninguno.    

Miremos esta paciencia de Dios, y como Jesús supo reconocer lo bueno de los fariseos aunque estos desearan su muerte.              

domingo, 12 de noviembre de 2017

El infierno y la misericordia

Había dos predicadores, uno hablaba del infierno y otro no. El primero se refería a la audiencia de esta forma; “apártense de su egoísmo, hagan caridad, no engañen, santifíquense, busquen la gracia para que puedan ser librados del castigo eterno, el infierno…”. El segundo predicador no apreciaba el evangelio bajo un discurso así, el prefería hablar de la misericordia de Dios y el tema del infierno no lo tocaba. Este segundo hombre creía que el primer predicador debía añadir otro tono a su discurso. Un día lo visito para hablar de este tema: - ¿no crees que hablar del infierno de esta forma puede asustar a la audiencia? – claro que si, ¿Quién no se asusta por el infierno?, estar ahí no es un placer, es un sufrimiento y toda condena asusta a cualquiera – pero ¿no crees que si hablarás más de la misericordia de Dios más gente vendría a escucharte? – No se puede hablar del infierno sin hablar de la misericordia, Jesús es quien nos libra de ese lugar por su gracia, él como cordero es la misericordia de Dios. Si hablo del infierno constantemente es precisamente porque quiero librarlos de ese lugar, si no les advirtiera, ¿Cómo podría ser un hombre misericordioso cuando tuve la oportunidad de librarlos del infierno y no lo hice?. Quizá mi predicación le pueda doler alguno pero no hay cruz que no lastime. El segundo predicador partió a su casa con aquella reflexión, jamás pensó que hablar del infierno fuese un acto de misericordia cuando se desea librar a las almas del tormento eterno.
Pocos saben que la creencia del infierno no es una creencia judía. Ellos creen en castigos temporales después de la muerte pero no en un castigo eterno como el infierno. El modo judío me hizo reflexionar sobre la visión que tenemos los católicos entre la interpretación del Dios del antiguo testamento y el Dios del nuevo testamento. Constantemente hacemos distinciones entre ambos pactos; “el Dios justiciero” y “el Dios bondad”, como si el Dios del nuevo testamento fuese más “bueno” que el Dios del antiguo testamento. Sabiendo que los judíos no creen en el infierno y siguen las leyes de Moisés, escritas en el viejo testamento, ¿Qué Dios resulta más bondadoso?, ¿el Dios del antiguo testamento sin infierno? Ó ¿el Dios del nuevo pacto con infierno?. Es obvio que nos conviene creer en un Dios que no condene eternamente a nadie, pero ¿será esto cierto?. Es conveniente creer la Verdad antes de creer lo que nos convenga.
El apóstol San Pablo reflexiona sobre el significado del sacrificio de Jesús y concluye que mediante él somos justificados delante de Dios, pues si pudiésemos recibir su misericordia de algún otro modo, ¿Qué caso tiene haberlo sacrificado?. San Pablo como un ex fariseo y judío de nacimiento, tras su conversión al cristianismo entendió que las leyes judías del antiguo testamento no tienen sentido tras la resurrección de Jesús. Si los judíos creen encontrar misericordia divina usando las leyes de Moisés, ¿Qué caso tiene que Dios envíe al mesías para que sea crucificado?.

Con esto no afirmo que la misericordia divina sea exclusiva de los bautizados, al contrario, Dios en su infinito misterio se apiada del mundo de una mejor forma tras la resurrección del Verbo encarnado. Pero no debemos olvidar, es Jesús quien revelo la realidad espiritual del infierno precisamente para librarnos de ese lugar (leer S. Mateo 13:49,50). 

domingo, 5 de noviembre de 2017

Venid a Mí

Estoy leyendo un libro titulado “El Pan de Cada Día”, publicado por la Cofraternidad de la Preciosa Sangre, es un sumario de reflexiones, oraciones y lecturas para la vida diaria del sacerdote Anthony J. Paone. Entre todas las reflexiones diarias que este libro ofrece, hubo una que capto mí atención entorno a la Eucaristía, cito a continuación.
“Hijo, pondera a menudo mis palabras: Venid a Mí todos los que estáis cargados y llenos de trabajos y Yo os aliviaré. Son palabras mías, y deberías recibirlas lleno de fe y gratitud. Son mías porque fui Yo quien las pronunció, pero son tuyas también, pues las dije para tu salvación. Recíbelas de mis labios con gozo. Que penetren en tu corazón. En estas palabras puedes ver cómo me preocupo leal y tiernamente por ti. No detengas a tu conciencia que pide que te entregues a mis brazos. Yo sé lo necesitado que estás de mi amistad, pero pese a ello, te amo.
A pesar de tu nada y tu pecado te mando que te acerques a Mí con confianza. Es mi deseo en este momento que me recibas a Mí, aliento de inmortalidad. Por medio de este alimento celestial, que es en realidad de verdad mi propio Cuerpo y Sangre, obtendrás vida imperecedera y gloria eterna. Yo he dicho: Venid a Mí los que estáis cargados y llenos de trabajos y Yo os aliviare. Estas palabras son consoladoras en los oídos de un pecador. Yo, tu Señor y tu Dios, te invito a ti, pobre y necesitado, a que recibas mi Cuerpo y Sangre. No digas: ¿Quién seré yo para pretender acercarme a Ti?  Te mando que vengas y me recibas, porque sin Mí estás perdido.
Prepárate por medio de la confesión en el caso de que sea necesario y con oraciones. Aproxímate después a mi altar con confianza y con un ardiente deseo de agradarme en tu vida diaria”.
 Lo más sorprendente de esta lectura fue la interpretación que se da al verso de San Mateo “Venid a Mí los que estáis cargados y llenos de trabajos y Yo os aliviare…” (Cap. 11, v. 28), este verso comúnmente es leído y citado como una invitación y no como un mandamiento. Y es verdad, ¿Cómo debemos considerar un llamado de Dios?, ¿Cómo una invitación ó como un mandamiento?. Creo que usamos la palabra “invitación” porque no tiene la intensidad y connotación de “mandamiento”, que es una imposición, una orden. La palabra “invitación” es más ligera y más abierta, menos intensa.     
Consideremos, si Dios nos llama y no acudimos estamos siendo injustos con Él y con nosotros mismos. Él desea aliviar y sanar nuestra alma del daño causado por nuestra injusticia, nuestro pecado.
Si el primer mandamiento es “Amaras al Señor tu Dios sobre todas las cosas”, ¿En qué lugar quedamos si Dios llama y no acudimos?, obviamente, cada vez que tenemos oportunidad de comulgar y no lo hacemos caemos en un pecado de omisión –me incluyo- siendo nosotros mismos los afectados porque nos privamos del perdón y de la gracia de Dios. Anthony J. Paone en su reflexión utiliza “Venid a Mí…” y añade con certeza en su sentir “Te mando que vengas y me recibas…”.

Es importante que todo creyente considere la comunión frecuente al sacramento, sin olvidar, ni omitir, su situación espiritual. La Eucaristía siendo un sacramento es también una exhortación a la conversión y una pedagogía, dado que, no podrá ser recibida por aquel que esté en pecado grave. Miremos con alivio y agrado estas instrucciones de Jesús y sus apóstoles, que nos advierten y nos piden desprendernos de nuestro mal para abrazar la gracia de este sacramento. La advertencia no es una limitante, al contrario, es la alegría de tomar la Eucaristía como debe ser para que sea disfrutada como Dios lo anhelo para nosotros.