domingo, 13 de noviembre de 2016

Nuestro padre es Dios

En los evangelios se describe la predicación de san Juan bautista, profeta y maestro que anunciaba la llegada del mesías a Jerusalén. El evangelio de San Mateo narra; “Juan vio que un grupo de fariseos y de saduceos habían venido donde él bautizaba, y les dijo: Raza de víboras, ¿cómo van a pensar que escaparán del castigo que se les viene encima?, muestren los frutos de una sincera conversión, pues de nada les sirve decir: Abraham es nuestro padre. Yo les aseguro que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham aun de estas piedras. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no da buen fruto, será cortado y arrojado al fuego” (San Mateo 3:7-10).
De estos versos podemos desprender dos paralelos importantes para actualizar el discurso del bautista. El primer paralelo es que nosotros, católicos, también esperamos la llegada del mesías al mundo y debemos prepáranos, a esta segunda venida la llamamos parusía. El segundo paralelo es pocas veces visto; “Abraham es nuestro padre. Yo les aseguro que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham aun de estas piedras…”. Este personaje, Abraham, es el patriarca de Israel que recibió una promesa de Dios por su grado de fe; estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo para ofrecerlo a Dios. Este patriarca es una prefigura de Dios, dado que, Dios padre ofreció a su hijo, Jesús, en sacrificio por los pecados del mundo.
En el pensamiento moderno es habitual llamar a Dios “padre” y afirmar que “todos somos hijos de Dios”, también llamamos “madre” a la virgen María. En la cultura judía, Abraham es el gran patriarca y Raquel ó Rajel es la gran matriarca, madre del pueblo de Israel. Según las creencias de Israel, estos patriarcas y otros, interceden ante Dios para que descienda la misericordia del creador, parecido a lo que creemos nosotros en la intercesión de los santos.
Es indudable que los judíos sentían cierta confianza en la promesa y obediencia de Abraham pero el bautista hace que esta confianza se trastorne; “muestren los frutos de una sincera conversión, pues de nada les sirve decir: Abraham es nuestro padre. Yo les aseguro que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham aun de estas piedras…”.
Hoy vivimos cierta confusión, mal interpretamos la misericordia de Dios sin mostrar frutos de conversión, escudándonos en que “todos somos hijos de Dios”, pero san Juan bajo este paralelo nos hace que ver que Dios puede sacar hijos aun de entre las piedras. Por lo tanto, debemos tener cautela para no mal gastar la paternidad que Dios nos ofrece., San Pablo uso una analogía para referirse al regalo que Dios nos dio, el afirmo que es parecido a un injerto que el sembrador hace en el tronco de un olivo, pero las ramas naturales – los judíos ­– fueron cortados del tronco principal por la dureza de su corazón, entonces, ¿Qué nos espera a nosotros que no somos hijos naturales, descendientes de Abraham?. Mejor añadámonos al tronco con firmeza ayudados de la fe, la gracia y las obras, para no malgastar la puerta que Dios abrió.

El padre Santiago Martin, conocido por la cadena de televisión EWTN, tiene una excelente analogía sobre la misericordia de Dios y el daño que hace mal interpretarla. Martin asegura; “supongamos que en una facultad el alumnado es pésimo, ¿Cómo resuelves el problema?, ¿reprobándolos ó dándoles el titulo?, ¿sería justo que el haragán reciba titulo de medico cuando otros se han esforzado?, ¿te dejarías operar por él?, claro que no, ¿Qué nos esperaría como sociedad si las facultades no reprendieran ó expulsaran a los malos alumnos?”. La vida eterna es así, en el mismo cielo no puede estar el casto y el fornicario, la víctima y el opresor, deben existir frutos de conversión.