domingo, 27 de marzo de 2016

¿Porque me llamáis: Señor, Señor y no hacéis lo que digo?

            Un pequeño verso expresa; “¿Porque me llamáis: Señor, Señor y no hacéis lo que digo?” (San Lucas 6:46)
            La respuesta a la pregunta es simple, nuestra rebeldía nos hace quebrantar los mandamientos, aunque existen personas que desconocen la cátedra y no pueden guardar algo que ignoran. La ignorancia religiosa en términos éticos y morales es una constante en nuestros días. La Iglesia debe dar apologías de moral, y los argumentos resultan insuficientes para una generación sexualizada, que ve al culto y la moral católica como algo arcaico. Considerando esto, sin importar el siglo en que sea leído el evangelio, la enseñanza de Jesús se justificara siempre en el deseo de ser discípulo ó no serlo. Cualquier argumento usado para quebrantar los mandamientos será solo el interés de alguien hacia el pecado, no hay justificación valida bajo ninguna circunstancia ó ¿acaso podemos corregir los mandamientos del Padre y ser llamados discípulos?. No. Jesús cuestiona; “¿Porque me llaman Señor y no hacen lo que les digo?”.
            Pero, ¿para qué desea Dios que hagamos lo que nos pide?, ¿Qué acaso Dios se beneficia cuando guardamos los mandamientos?, ¿a Dios le falta algo de nosotros?, si El nos amo siendo pecadores, ¿Por qué no puede conformarse y dejarnos vivir en el pecado?. Dios no ocupa nada de nosotros, ni siquiera ocupa que guardemos su ley.
            Dios nos amo porque El es amor y el amor no conoce otro camino. El amor nos libera de cargas que nos esclavizan; el ego, la vanidad, la ambición, el odio, el clasismo, etc. Dios desea que seamos libres y recurriendo a la raíz del amor, al Padre del amor, Dios mismo, es cómo podemos compartir esa libertad, del que ama, con los demás. Para entrar en comunión con el amor del Padre y disfrutar ese amor es necesario entrar en la espiritualidad, purificarnos.
            Dios purifica al ser humano para perfeccionarlo en el amor, para acercarlo más a Él. Solo un corazón que se añade a la pureza podrá ser sanado y ofrecer a otros un afecto sano; sin engaños, dobles propósitos ó egoísmos. Esta pureza es necesaria para entrar al reino de los cielos, Jesús nos pido la pureza de un niño para poder entrar ahí.     
            Dios al dotar al ser humano de mandamientos manifiesta que la vida humana tiene un propósito. Algo que está hecho sin propósito no conlleva obligaciones ni normas., sin propósitos nada trasciende. El ser humano fue hecho para trascender, somos “hijos de Dios”, esto es algo grande, trascendente. Este propósito trae consigo obligaciones, mandamientos. Dios nos ha dado vida, no para que seamos “una hoja que va y viene” sin sentido en el mundo. Dios dio vida para que seamos sus hijos y que lo disfrutemos.   
            Sin embargo, Dios ha dado el libre albedrío, no se puede negar, esto sucede porque el amor puro, el amor de Dios, otorga libertad y respeto a las personas. Dios nos ama y permite que seamos libres para decidir. Podemos edificar nuestra vida ó destruirla. Dios ha permitido que lo llamemos “Padre” en un proyecto que nació de Él. Abrazar este propósito conlleva disciplina. Dios no ha creado al hombre “nomas porque si”, lo creo con un fin y lo moldea por medio de sus mandamientos.

            Aunque algunos incrédulos argumenten; “mi vida la vivo como quiera”, eso es un ideal vano. Somos libres, es verdad, pero alguien cargara con la consecuencia de nuestros actos, buenos ó malos. ¿Quién nos dio vida?, ¿a quién daremos vida?, el ser humano procede de sus padres, nuestros errores repercuten en la vida de nuestros hijos, y la suma todas las conductas, buenas ó malas, hace comunidad. De los mandamientos de Dios, no hay uno solo que haga daño al prójimo. Entendamos entonces la clase de proyecto que Dios desea construir en nosotros.