domingo, 28 de febrero de 2016

El 2do matrimonio, la comunión y la alianza

Tras la reciente visita del papa Francisco a México, se toco el tema de la comunión de los divorciados vueltos a casar. Si bien, Francisco ha luchado por reformar la Iglesia para agilizar el proceso de nulidad, esto no significa “dar facilidades para el divorcio”. Las reglas canonícas para anular el sacramento del matrimonio son inamovibles. El deseo del papa es reformar el proceso y la forma, no los estatutos, eso sería promover el pecado.
            Considero que cada día son más las voces que se suman a la postura de “dar la comunión a los divorciados vueltos a casar”, que las voces que exigen al papa una encíclica para reparar un matrimonio. Entiendo que estos reclamos son fruto de los malos tiempos, la cultura del divorcio promueve el desapego y la comodidad individual. Se pone en evidencia la perdida de la espiritualidad y la palabra empeñada.   
            La reflexión de hoy, expresa desde el significado de la alianza, porque no es posible dar la eucaristía a una persona que ha deshecho su matrimonio para iniciar otro.
            En la historia de nuestra fe, las alianzas con Dios están establecidas por medio de la sangre; desde que Abraham ofreció a su hijo Isaac en sacrificio y Dios otorgo un cordero para librarlo al encontrar aprobada la fe de Abraham, también, cuando Moisés tomo el libro del pacto, expreso los estatutos ante el pueblo y este acepto en seguirlos, roció la sangre del sacrificio y la alianza se estableció (Éxodo 24:7,8), a su vez, cuando Cristo instituyo la eucaristía ofreciéndose el mismo en sacrificio por nuestros pecados.  
            El vínculo matrimonial es una alianza que se establece con Dios, en este punto, los novios son ministros de esa alianza y acuden de libre voluntad para elevar su unión. No olvidemos que el sacrificio de Cristo es aquello que da justificación a todos los sacramentos de la Iglesia. Las sagradas escrituras establecen; “Jesús, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios…” (Hebreos 10:12). Cada vez que comemos una eucaristía, en realidad, participamos de un mismo cuerpo ofrecido en sacrificio, no hay otro. Su sangre da soporte a los sacramentos de la Iglesia, incluyendo al matrimonio. De tal forma, una persona que contrae matrimonio por la Iglesia y come de la eucaristía, vincula su unión marital con la sangre de Cristo, y esta no debe ser usada para justificar dos matrimonios, porque al hacer una alianza conyugal la primera vez se invalida cualquier otra que pueda darse en el futuro. Cristo se refiere al matrimonio; “los dos serán una sola carne, ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe…” (San Marcos 10:8,9). La misma sangre ofrecida para establecer un pacto de matrimonio, no puede ofrecerse de nuevo a solicitud de alguno para justificar una nueva unión.

            Espero que comprendamos la grandeza de este pacto, el matrimonio es pilar fundamental de la estructura social, es el llamado que dos personas tienen para unirse, amarse y aceptarse a lo largo del tiempo. Me gustan las palabras de San Pablo que exhortan; “maridos, amen a sus esposas como Cristo amo a su Iglesia y dio su vida por ella…” (Efesios 5:25). Amar no es cosa fácil. Hagamos del matrimonio ese sacramento, ósea, un momento sacro que sea alimentado día con día para perdurar hasta la muerte. El matrimonio es un ejercicio de tolerancia, aceptación y compañía.