domingo, 24 de enero de 2016

Jesús y la Iglesia Católica

            A mediados de enero visite la ciudad de Guadalajara, ahí adquirí el libro titulado “La Iglesia Católica”, un breve ensayo que describe la historia de nuestra Iglesia. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que el autor, un reconocido teólogo católico, nombrado perito en el Concilio Vaticano II, le fue retirada su licencia para enseñar teología católica. No citare el nombre del autor, pero en tal libro se cuestiona; si Jesús fundó la Iglesia Católica como la conocemos y si debía asociarse a una monarquía. Aunque el autor intenta hacer una crítica constructiva hacia la Iglesia, a mi modo de ver, sus argumentos provocan más dudas que respuestas, esto genera confusión y apostasía. Por esto, hare cita de lo dicho por Jesús; “Y cualquiera que hace tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgara al cuello una piedra de molino de asno, y que se le anegara en lo profundo del mar…” (S. Mateo 18:6). Ser formador en la fe es un asunto serio.
            Volviendo a los dos cuestionamientos; ¿Jesús fundo una Iglesia Católica como la que hoy conocemos?, la respuesta es no, pero eso no significa que Cristo se oponga a la Iglesia, al contrario, la sostiene. La respuesta es simple y no debe asustar a nadie, solo hagamos un paralelo entre el pueblo de Israel y la Iglesia; antiguo y nuevo testamento.            Pocos saben que existe una diferencia entre “hebreo, Israelita y judío”. Aunque en los tres conceptos se reconoce la alianza de Dios con Abraham y son el mismo pueblo, cada uno surgió por un periodo distinto. Cuando se refiere a “hebreos”, es el periodo anterior a Moisés, antes del pacto en el Sinaí y los diez mandamientos. Cuando se refiere a “Israelitas” es un periodo posterior a Moisés, con un sacerdocio más estructurado; leyes, templo y culto. En cambio, cuando se habla de judíos, es el periodo posterior a la división de las tribus de Israel, donde la fe primordial de los Israelitas es la promesa establecida sobre la tribu de Judá, de ahí el nombre: “judíos”. Entonces, los judíos surgieron de una transformación, de una lucha por preservar la fe a lo largo de los siglos, lo mismo sucede con la Iglesia. La estructura de un Cristo y doce apóstoles funciono en Jerusalén, pero cuando la fe se expande hacia otros pueblos ó en la historia nacen nuevos regímenes e ideologías, el compartir la fe apostólica implica un nuevo reto, la Iglesia debe regenerarse para seguir siendo el depósito de la Verdad. Los retos del siglo I difieren de los retos actuales y de los futuros. La Iglesia debe tener la libertad para proclamar el evangelio y organizarse a según la solicitud de los tiempos.
            El segundo cuestionamiento es; ¿la Iglesia que Jesús estableció debía asociarse a una monarquía?. Desde nuestro contexto puede resultar injusto asociar a la Iglesia con los reyes, los jerarcas o los señores feudales, pero desde el punto de vista antiguo, había pocas referencias para estructurar un Estado fuera de la teocracia, y más, si afirmamos; Jesús es rey. Este modo de gobierno estuvo arraigado en las sociedades antiguas, podemos apreciarlo desde el antiguo testamento en el reinado de Saúl, David, Salomón donde el sacerdocio tuvo un papel primordial en las decisiones de Estado y proclamación de los reyes. El cristianismo ortodoxo oriental, en el imperio bizantino, se vivió algo similar, incluso, en occidente, fuera de la Iglesia Católica, los países protestantes que rompieron con el Vaticano, adoptaron el esquema teocrático. Para ejemplos; el Rey Enrique VIII declaro a la corona de Inglaterra como “la cabeza única de la Iglesia Anglicana de Inglaterra”.

            Sin duda, al hacer un recuento en la historia de la Iglesia Católica encontraremos episodios dolorosos bajo nuestra óptica y contexto, pero considerando a la Iglesia como el cuerpo de Cristo, mirémoslo también como ese cuerpo lacerado clavado en una cruz. Podemos apartarnos de el ó unirnos en gracia hasta entregar el espíritu. 

domingo, 10 de enero de 2016

La palabra que es pan

            La frase “no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios…” es usada por Jesús en el desierto, cuando en su ayuno sintió hambre y refuto los argumentos del demonio. Algunos pensábamos que referirse a la palabra de Dios como “alimento” era un concepto que solo abarca los textos sagrados, ó las predicaciones que nos acercan al corazón de Dios. Pero ampliando el concepto, Cristo es el alimento en su totalidad, es palabra y es pan.  
            La frase mencionada por Jesús es una cita del libro del Deuteronomio, cuando los Israelitas, peregrinos en el desierto, padecen hambre en busca de la tierra prometida de Canaán. El libro afirma; “Te hizo pasar necesidad, te hizo pasar hambre, y luego te dio a comer maná que ni tú ni tus padres habían conocido. Quería enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que todo lo que sale de la boca de Dios es vida para el hombre” (Deuteronomio 8:3). Cabe señalar que “el maná” es reconocido por la Iglesia como prefigura de la Eucaristía, pues fue el alimento designado por Dios para Israel.
            Según la tradición de los judíos, la Tora es la Palabra de Dios, recibida por el pueblo de Israel de dos formas; revelada de modo oral y escrito. La Tora son los libros de Moisés, conocidos entre nosotros como “pentateuco”, estos son los primeros cinco libros de nuestra biblia. Los rabinos reconocen que la Tora es el Verbo de Dios, para ellos como para nosotros, el Verbo de Dios es la Palabra. 
La Iglesia reconoce que el Verbo encarnado es Jesús. Cristo es la palabra de Dios, aunque nos referimos a la biblia como "la palabra de Dios" porque habla de Cristo.
            La palabra ó el Verbo de Dios es parte de Dios mismo, así lo expresa el apóstol San Juan; “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. En el principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe” (Cap. 1:1-3). Reforzando esta idea, en el libro del Génesis encontramos que Dios crea por medio de la Palabra; “Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz…”, “Dijo Dios: «Haya una bóveda en medio de las aguas…”, “Dijo Dios: «Júntense las aguas…” (G. cap. 1). Dios creó el mundo por medio de su voluntad, Dios expreso y creo, Dios dio vida por medio del Verbo, la palabra nos dio vida y también nos resucitara a una vida nueva.  
            El Verbo encarnado de Dios, Jesús, es el alimento en su totalidad para la Iglesia, Cristo es palabra y es pan. En el discurso de Jesús se expone claramente; “Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo” (San Juan 6:48-51).
            Dios ha decidido alimentarnos por medio de aquello que sale de su boca, lo que Dios expresa es vida y su palabra se encarno para darnos vida. Dios nos nutre en nuestro espíritu por medio de su palabra y nutre nuestro cuerpo por medio de su palabra encarnada; la Eucaristía. Cristo es la palabra que también es pan y nos fortalece para llevarnos a la tierra prometida, al culmen de la vida que es nueva; nuestra resurrección. Es necesario dejar atrás incredulidades, nutrir nuestros oídos al escuchar y nuestro vientre al masticar el pan eucarístico. Ambos van de la mano, no uno, ni el otro, sino los dos, pues todo lo que Dios nos da es para nuestro bien y nada debe ser despreciado.

             

domingo, 3 de enero de 2016

El becerro de oro

            Éxodo 32:1-7 “Cuando el pueblo vio que Moisés tardaba en bajar del monte, la gente se congregó alrededor de Aarón, y le dijeron: Levántate, haznos un dios que vaya delante de nosotros; en cuanto a este Moisés, el hombre que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Y Aarón les dijo: Quitad los pendientes de oro de las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos. Entonces todo el pueblo se quitó los pendientes de oro que tenían en las orejas y los llevaron a Aarón. Y él los tomó de sus manos y les dio forma con buril, e hizo de ellos un becerro de fundición. Y ellos dijeron: Este es tu dios, Israel, que te ha sacado de la tierra de Egipto. Cuando Aarón vio esto, edificó un altar delante del becerro. Y Aarón hizo una proclamación diciendo: Mañana será fiesta para el Señor. Y al día siguiente se levantaron temprano y ofrecieron holocaustos y trajeron ofrendas de paz; y el pueblo se sentó a comer y a beber, y se levantó a regocijarse. Entonces el Señor habló a Moisés: Desciende pronto, porque tu pueblo, que sacaste de la tierra de Egipto, se ha corrompido”.
            En este pasaje del éxodo Moisés había subido al monte Sinaí para recibir los diez mandamientos. Como leemos, el pueblo perdió noción de Moisés y se desespero, pero al tener el amparo del becerro de oro, un ídolo creado por ellos mismos, se regocijo y se inicio un festín y borrachera. El pueblo había sido liberado de la esclavitud de Egipto. La mitología egipcia se refiere a la deidad “Apis” como un bovino que se asociaba a la prosperidad del ganado, quizá este fue el ídolo que edificaron los israelitas. Si leemos los símbolos en el “becerro de oro”, el oro es uno de los elementos más apreciados a lo largo de la historia, es símbolo de fortuna, el bovino es fertilidad, alimento. Este icono elevado a deidad, represento tras la liberación de la esclavitud, todos los deseos israelitas; fertilidad y abundancia, que en el fondo es el anheló de todo individuo; una vida resuelta y sin mortificaciones. “Apis” era un amuleto que no exigía gran cosa, solo un culto.       
            En la sociedad actual muchos bautizados han hecho del “cordero de Dios”, un “cordero de oro”, esto sería como un Jesús sin cruz, ósea, un Dios sin mandamientos, una deidad que está para el gran festín de navidad ó semana santa; “el pueblo se sentó a comer y a beber…”, un Dios al cual podemos acudir para que resuelva nuestras mortificaciones, un Dios que se queda en el culto y no en nuestra vida.
            Conozco muchísimas personas que aman a Dios, y que simbólicamente han cubierto a Cristo de oro y no de espinas, han puesto en El aquello que les gusta y les deleita; sus ambiciones y necedades, y han quitado de El aquellas espinas que nos duelen; los mandamientos y la obediencia. Hicieron un Jesús a su conveniencia, y no quieren soportar si quiera el mínimo malestar de la cruz, dicen; “que sea lo que Dios quiera…” y terminan haciendo lo que ellos quieren, olvidando los mandamientos de Dios.

            Para conocer al Cristo de la cruz es necesario estudiar los evangelios, saber que Dios es un padre amoroso que desea educarnos y que espera de nosotros un esfuerzo para seguir su enseñanza. Las palabras de Jesús en ocasiones nos duelen como clavos en la piel, pero si no asesinamos el mal que está en nosotros será imposible resucitar.