lunes, 23 de noviembre de 2015

Dos hombres subieron al templo para orar

“Refirió también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano”. Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, ten piedad de mí, pecador”. Os digo que éste descendió a su casa justificado pero aquél no; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado” (San Lucas 18:9-14).  
Esta parábola es conocida por muchos. El centro del pasaje es la humildad, sin embargo, algunos utilizan el texto para justificarse, creyendo tener la humildad del publicano. Cristo utilizo al fariseo como “mal ejemplo” para darnos una enseñanza, no significa que todo religioso sea fariseo ó que todo pecador sea humilde, si pensamos de esa forma estamos despreciando a los demás. Muchos afirmábamos; “no voy a la Iglesia porque está llena de hipócritas”, ¿esta actitud a quien nos recuerda; al publicano ó al fariseo?, incluso, si la Iglesia estuviese llena de hipócritas, ¿Cómo podría un hombre tener la amistad de Dios, si no busca el encuentro con el prójimo y vive acusando a los demás; “son hipócritas, no voy”?. Es fácil caer en la tentación y decir “no soy como ellos”, sentirnos superiores, no olvidemos la humildad. 
El pasaje también es usado por quienes se justifican; “soy pecador, me confieso con Dios”, pero si leemos detenidamente el pasaje, Jesús inicia afirmando: “dos hombres subieron al templo para orar”. Cristo ligo la piedad de Dios con la oración y el templo. En el contexto, los judíos entendían que el templo de Jerusalén era el sitio de la justificación, por la alianza que Dios estableció con David y Salomón (2da de Crónicas 14-16; “si mi pueblo, el pueblo que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y deja su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados y devolveré la prosperidad a su país. De ahora en adelante escucharé con atención las oraciones que se hagan en este lugar, porque he escogido y consagrado este templo como residencia perpetua de mi nombre. Siempre lo cuidaré y lo tendré presente”). Hasta el día de hoy, por este motivo, los judíos hacen oración en las ruinas del templo, este sitio se conoce como “el muro de los lamentos”. Entonces, a la luz de la Nueva Alianza, reinterpretar el texto: “dos hombres subieron al templo para orar”, es como decir: “dos hombres hicieron oración ante el sagrario”. Acudir ante el sagrario para pedir clemencia no es algo común en nuestros días, ni siquiera entre quienes se creen como el publicano.

Ahora reflexionemos y supongamos que dos hombres que cometieron pecados, ambos hacen oración para pedir piedad, uno lo hace frente al santísimo y otro en el lugar donde le plazca. Interioricemos ambos actos, todo arrepentimiento es buena señal pero se necesita más fe para acudir al sagrario y orar. No todos creen que la presencia de Cristo está ahí, y recordemos que la clemencia de Dios se manifestó al mundo en estas palabras; “Tomad, comed; esto es mi cuerpo,…bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para el perdón de los pecados” (San Mateo 26:26,28). Si usted se arrepiente de sus maldades y hace oración pidiendo piedad, hace bien, pero si se arrepiente ante el sagrario hace mejor.