domingo, 22 de marzo de 2015

La Misericordia

El diccionario de la Real Academia Española define la misericordia como; “Virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenos”, “Porción pequeña de alguna cosa, como la que suele darse de caridad o limosna”, en el sentido religioso añade; “Atributo de Dios, en cuya virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas”.
La mayoría de nosotros conoce el pasaje de los evangelios, “el publicano y el fariseo” donde Jesús enseño; “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (San Lucas 18:10-14). Los fariseos era una fracción del judaísmo que se caracterizaba por ser conocedores meticulosos de las leyes de Moisés, sin embargo, ¿Cuál de los dos hombres resulto tener mayor sabiduría?, el segundo, el primero con todo su acervo no fue capaz de mirar sus propios pecados.  
La misericordia no puede ser otorgada a quién no la solicita. Sabemos que la misericordia de Dios es infinita, como una puerta abierta donde todos están invitados. El asunto de la misericordia quizá no reside si Dios nos perdona tal o cual cosa, Dios está dispuesto a perdonar al máximo, más bien, es importante completar su misericordia con el conocimiento que tenemos de nuestras injusticias, porque en base a eso pedimos perdón del mal que hemos hecho. El Apóstol San Pablo sostiene que aunque no existan hombres que puedan cumplir la totalidad de los mandamientos divinos, aun así, los mandamientos son buenos porque nos indican la clase de persona que somos. Ninguno de nosotros conocería su pecado de no ser por los preceptos.  
Por ejemplo; el Yihadista asesina en nombre de su dios y cree estar en lo correcto bajo sus principios, ¿deberá solicitar misericordia a su dios después de haber decapitado a un infiel?, bajo su criterio no tiene porque, en el no hay cargo de conciencia sino el orgullo de haber hecho lo correcto según su fe. Entonces, ¿la persona que tiene un canon ético torcido puede pedir misericordia a Dios?, no puede, su limitación no le permite distinguir entre lo justo y lo injusto. La puerta de la misericordia que está abierta para todos a su vez puede ser impenetrable para quienes no distinguen la inmoralidad y no alcanzan a ver sus propios pecados. De esta pérdida de la noción del bien y el mal, dice el evangelio; "Mira, pues, que la luz que hay en ti, no sea obscuridad…" (San Lucas 11:35). San Pablo afirmaba que si la conciencia no lo acusaba de algo, no por ello era inocente, quien lo juzga es Dios y no su conciencia.

¿Qué nos queda por hacer para alcanzar la misericordia de Dios?, conocer el camino de la piedad y la santidad, estar atentos al llamado que Dios le hizo al mundo tras resucitar a Jesucristo.