martes, 17 de diciembre de 2013

La ausencia de Dios

Cuando una persona experimenta una conversión, la visita de Dios nos satisface, hemos encontrado el tesoro de la vida y gozamos de dicha plenitud confiados en que el camino que hemos tomado es mejor que nuestra anterior forma de vivir. Sin embargo, después de un tiempo, tales emociones decrecen ò hasta son nulas. Parece como si Dios se hubiese apartado de nosotros.
            En la historia del pueblo de Israel se narra el pasaje de la liberación de Egipto por medio de los milagros hechos por mano Moisés, emisario de Dios. Este pasaje es un símbolo de la “ausencia de Dios” que experimenta todo creyente, aunque Israel lo vivió de modo colectivo en el éxodo.
            Los milagros de Moisés, llenaron de alegría al pueblo hebreo esclavo del Faraón, sacándolos de Egipto hacia una nueva tierra. Sin embargo, ya en el peregrinar y lejos de aquellos poderosos signos, el pueblo hebreo flaqueo y dudo del futuro prometido por el profeta. De tal suerte que, siendo errantes, el pueblo por temor a la incierta libertad anhelo la seguridad que Egipto representaba a pesar de que eso significaba volver a la esclavitud.
            El Nuevo Testamento hace referencia al peregrinar del éxodo hebreo para motivar a los cristianos a no claudicar y seguir avanzando en el camino de la fe, no retroceder por el desanimo hacia la vida deslindada de Dios, sino construir en nosotros las virtudes y sobre todo la pureza.  
            Si sientes que Dios "te abandono" y a pesar de que no tienes carencia de bienes materiales ò mortificación aparente, pero sientes que espiritualmente te falta esa satisfacción que tenías cuando empezaste a creer, no pierdas el ánimo. Me atrevo a decir que Dios hace ese tipo de cosas: se muestra para que lo disfrutemos y después se oculta sin motivos, con el único fin de hacer madurar nuestra fe. ¿Por qué el creador nos haría algo así?. Como seres humanos somos guiados por el intelecto pero también por las emociones. Esta “ausencia” debe llevarnos a confiar en Dios y dejar de prestar atención en nuestras emociones, porque los sentimientos están condicionados a los momentos, a los ánimos, mas nuestra fe esta fincada en la promesa, su cimiente no es una emoción. Aunque  sintamos ese abandono como "Israelitas perdidos en el desierto", la fe esta fincada en la promesa divina.
            Curiosamente, la liturgia hebrea celebra en diciembre la festividad de Jánuka ò la fiesta de las luces. Ellos cada año encienden velas cada noche, recordando con esto que su credo prevaleció a pesar del aplastante imperio helénico, que por mano del emperador Antíoco Epífanes deseo acabar con la esperanza del pueblo que esperaba al Mesías (siglo II a.C.). Precisamente, cuando los judíos terminan de encender su última vela del Jánuka, la Iglesia enciende la primera vela de adviento, recordando nuestra liturgia que la promesa se cumplió, el Mesías se encarno, llego y llegara nuevamente.
            La liturgia de adviento, encuba elementos que nos recuerdan la importancia de permanecer y el cumplimiento que Dios dio a su promesa anunciada desde la antigüedad. Ojala esta navidad sirva para recordar la promesa de Dios cumplida en la encarnación del Verbo y no ceder al desanimo del momento. Dios sigue estando ahí y sigue siendo el mismo, es amor, a pesar de que lo interpretemos equivocadamente basándonos en nuestras mortificaciones.
            Termino con una paráfrasis de una reflexión de Benedicto XVI sobre la venida del Mesías: “si leemos los textos del Antiguo Testamento sobre el día del Señor en Jerusalén, podemos leer que los antiguos entendían tal llegada con temor, mas la venida del Mesías significó la llegada de un tiempo mejor. Así nosotros, cuando esperamos la segunda venida de Jesucristo debemos aferrarnos a la esperanza del bautismo, la visita de Dios siempre traerá cosas mejores para sus hijos”.