miércoles, 20 de marzo de 2013

La muerte del Presidente




Meses antes de morir, el ex presidente Plutarco Elías Calles testimoniaba su devoción por “el Ser supremo”, Calles falleció el 19 de octubre de 1945, una de sus mayores alegrías era confirmar a su hijo Rodolfo en las creencias que él había acogido al final de sus días; “Si alguna vez he sentido deseos de que los míos se formen en una fe en nuestro mundo, es hoy que puedo informarles que la continuación de la vida es una realidad…”. Aunque desconozco si el general murió reconciliado con la Iglesia Católica, al menos se que fue bautizado por ella en el puerto de Guaymas. Recordemos que Calles siendo Presidente desato la persecución y expulsión contra los chinos en México, también, emprendió acciones contra la Iglesia Católica desatando la guerra cristera y con acciones violentas martirizo a las ligas de oposición política, creando el partido de Estado. Calles es como el “Nabucodonosor a la mexicana”, contemporáneo de Hitler, Mussolini, Franco, Stalin, con esa idea de Gobierno duro. En su gestión Calles pretendía reducir el catolicismo a la nada y con acciones duras promover la apostasía, su idea consistía en que la religión católica era un impedimento para el progreso de México porque llenaba al pueblo de supersticiones. En el cajón de su oficina presidencial guardaba las cartas de amor de un sacerdote a una mujer, siendo esto la evidencia que le reiteraba que el credo era una hipocresía, juzgando equivocadamente al resto de la feligresía por las debilidades de aquel sacerdote. Lo irónico de la vida de Calles es esta división en la persona, por un lado el Calles Presidencial intolerante, que se levanta contra el credo, la raza y sus opositores políticos, y por el otro, el Calles de mayor edad, deseoso de las experiencias místicas, de tener contacto con el Espíritu, que afirmaba que la vida no acababa con la muerte. Calles es el “poderoso político mexicano intocable” que se volvió humano con necesidades en su alma.

Recientemente presenciamos la muerte del Presidente de Venezuela Hugo Chávez. Este fue otro de tantos mandatarios del mundo que no aceptaba cuestionamientos, cohibió la libertad de prensa, ridiculizo a sus homólogos y emprendió bajo sus reglas una lucha social por su pueblo siendo él hasta la muerte el protagonista. Pareciera que sus sucesores políticos desean perpetuar la figura Chavista exhibiendo sus restos embalsamados en las áreas públicas haciendo del cadáver un patrimonio e hito de la nación. Enrique Krauze afirma que “la política no debe ser mística porque envenena, la política es terrenal…”. Alejandro Bermúdez director de ACI prensa confirmo por una fuente confiable que Chávez murió recibiendo los sacramentos, sin embargo, varios medios de prensa afirmaron que las últimas palabras del mandatario fueron; “no me dejen morir, no quiero morir…”. Sin pretender juzgar a Chávez, ni a Calles, ni algún hombre de este mundo, creo que es una desgracia y un terror pronunciar estas palabras antes de morir, a excepción de quien pide clemencia ante sus verdugos en el caso del asesinato. Cuando algunos de nosotros decíamos “me arrepentiré de mis actos cuando este viejo, a fin de cuentas Dios me perdonara…”, sonamos como pequeños dictadores que aun teniendo esta vida tan frágil pretendemos dar ordenes a Dios “a fin de cuentas me perdonara”. En este acontecimiento, donde un Presidente muere recibiendo los sacramentos pero también afirma “no me dejen morir, no quiero morir” debe hacernos reflexionar sobre aquella frase dicha por el Apóstol “sin fe es imposible agradar a Dios”, un hombre que recibe en el sacramento la gracia pero no se ejercita día con día en las cuestiones de la fe, será un hombre que simplemente no disfrutara las virtudes de los sacramentos, porque sin fe es imposible agradar a Dios ó más bien, sin fe es imposible encontrar la paz que es Dios mismo. Dichosos los hombres que al morir dan gracias a Dios de haber vivido y se despiden con alegría de sus semejantes perdonando a sus enemigos, a esa fe debemos aspirar.