domingo, 11 de marzo de 2012

Edificando el templo de Dios




La historia religiosa de Israel está marcada por ese deseo de edificar el templo del “Dios de los Judíos”. Desde el peregrinar del pueblo en el desierto en tiempos de Moisés se habla de las colectas para preparar un sitio para adorar Dios. También las diligencias emprendidas por el Rey David para construir un templo que concreto su hijo el Rey Salomón, que después de su muerte, sufrió profanaciones no sólo con las invasiones militares sino con la introducción de deidades siro fenicias en ciertos períodos, mas sin embargo, fue restaurado en los reinados de Ezequías y Josías. El templo de los judíos fue destruido por el rey babilónico Nabucodonosor II en 586 a. C., que además llevó cautiva a una gran parte de los habitantes del Reino de Judá hacia tierras caldeas. Tras el retorno del cautiverio, bajo el liderazgo de Zorobabel, los arreglos para reorganizar el desolado Reino de Judá fueron hechos casi inmediatamente. Con la invitación de Zorobabel, el gobernador, quien les mostró un notable ejemplo de liberalidad contribuyendo personalmente con 1.000 dáricos de oro, la gente entregó sus regalos al tesoro sagrado con gran entusiasmo. Primero levantaron y dedicaron el altar de Dios en el punto exacto donde se encontraba el antiguo. Finalmente, en el segundo mes del segundo año (535 a. C.), se pusieron los cimientos del segundo templo. Siete años después de este episodio, Ciro el Grande, ordenara y declarara la construcción del templo, murió y fue sucedido por su hijo Cambises. Tras su muerte le siguió Esmerdis, que ocupó el trono por cerca de siete u ocho meses, cuando ascendió Darío I (521 a. C.). En el segundo año de su reinado se retomaron los trabajos de reconstrucción del templo hasta su finalización, bajo el estímulo de los consejos y premoniciones de los profetas Hageo y Zacarías. En la primavera del 516 a. C. estaba listo para la consagración, más de veinte años después del retorno desde el cautiverio. El templo fue terminado el tercer día del mes de Adar, en el sexto año del reinado de Darío (Esdras 6:15). Alrededor del 19 a.C., Herodes el Grande comenzó una masiva renovación y expansión del templo. Éste fue demolido y se construyó uno nuevo en su lugar. La nueva estructura es referida algunas veces como el Templo de Herodes, pero también se le sigue llamando Segundo Templo ya que los rituales de sacrificios continuaban sin disminución durante todo el proceso de construcción. En el 66 d.C., la población judía se rebeló en contra del Imperio romano. Cuatro años después, el 70 d.C., las legiones romanas bajo las órdenes de Tito reconquistaron y luego destruyeron la mayor parte de Jerusalén y el Segundo Templo.

El templo judío tuvo la función pedagógica que mostraba al pueblo un hito sagrado de gran valor. El cristianismo que es de raíz judía, trae una perspectiva nueva sobre el culto; “el cuerpo es el templo del Espíritu Santo…”, “destruyan el templo y lo reconstruiré en tres días…” (Jesús hablando de su cuerpo), de aquí que nuestra religión haga tanto énfasis en la evangelización, la caridad, y la santidad, rendimos culto en nuestro cuerpo. Hay una analogía entre la vida religiosa judía y la cristiana, pues, la judía hasta el día de hoy tiene deseos de reedificar ese templo en Jerusalén, mientras que, la vida cristiana desde sus inicios persiste en su lucha para edificar al género humano, pues, para nosotros, Dios ha elevado la dignidad humana invitando a la especie a pasar de ser un cuerpo a ser sagrario.